Una sesión fotográfica con
modelos amateurs llenas de nervios. Un almuerzo con las chicas del trabajo. Una
charla de peluquería. El vestuario de mujeres del gimnasio. Los probadores de
locales de ropa. ¿Qué tienen en común esos lugares? Mujeres. Juntas. Charlando.
¿Qué más tienen en común? La autocrítica.
El fin de semana pasado tuve una
sesión de fotos con un grupo de mujeres a las que no conocía, y a las que sólo
me unía el hecho de estar en ese lugar para ser fotografiadas. En el comienzo
de la sesión se generó un clima estupendo, dándonos aliento entre nosotras,
prestándonos cosas para el vestuario, aplaudiendo a las más tímidas. Todo
estaba diseñado para que nos sintiéramos confiadas y relajadas. Y entonces
empezó: “Ojalá tuviera tu cuerpo para poder usar eso, pero mirá esta celulitis”
“¿Vos te quejás? Yo tengo celulitis por todas partes, es terrible” “Tendrás
celulitis pero por lo menos tenés cola, la mía está toda caída” “Yo tengo algo
de cola, pero los pechos los tengo re caídos”. Y así siguió por un rato, una
especie de competencia de críticas para ver cuál de nosotras odiaba más su
cuerpo.
Y esta charla es simplemente una
muestra de algo que pasa demasiado a menudo cuando se junta un grupo de mujeres
y sale el tema de nuestros cuerpos. ¿Por qué esa constante necesidad de
juzgarnos? ¿Por qué esa continua crítica a nuestros cuerpos? Pareciera que la
charla autocrítica se convirtió en una forma normal de formar lazos entre
mujeres desconocidas, o de afianzarlos entre amigas. Y si una se sale del
patrón y se atreve a insinuar que le gusta su cuerpo y cómo se ve, es vista
como vanidosa y queda fuera de la conversación.
Tenemos que empezar a darnos
cuenta que las cosas que nos decimos importan. No son sólo “charla” o “cosas de
mujeres”, sino una continua degradación de nosotras mismas. Lo que decimos
queda grabado en nosotras, en nuestro cuerpo y nuestra mente, y se va
afianzando cada vez más hasta que se convierte en un pensamiento automático e
involuntario. Eso que decimos es lo que vemos frente al espejo, y es lo que condiciona
la forma de manejarnos en el día a día. Si nos decimos que somos feas o
desagradables, vamos a buscar que la gente no nos preste atención. Vamos a
buscar desaparecer entre el resto. Y si me lo preguntan a mí, vivir la vida
camuflada entre los demás es negar al mundo la posibilidad de descubrir lo
maravillosas que somos.
Así que, ¿qué pasaría si en la próxima charla de mujeres nos negáramos
a criticarnos? ¿Si dijéramos que todas las presentes somos hermosas y
deberíamos ir por la vida luciéndonos? ¿Cómo sería esa charla de mujeres
entonces?
-Gi-
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